La escritura es un ejercicio simbólico-semiótico que venimos realizando desde tiempos inmemoriales como una forma de representar la realidad circundante (inmediata o lejana y a veces tan lejana como la esperanza) que, sea por perfeccionamiento evolutivo del sistema o por saturación del mismo, ha derivado en formas tan elaboradas como la reescritura. Este ejercicio, que aúna imagen, deseo y representación, hunde sus raíces en los vestigios que nos han quedado de la pintura rupestre de donde conserva dos de sus características fundamentales: la representación de ciertos objetos y el deseo de esos mismos. Un rápido examen de algunas de estas manifestaciones nos permite observar la profusa presencia de dos bloques de objetos: grupos abundantes de animales de caza (en muchas ocasiones también con cazadores) y, en las zonas marginales, abundante representación de manos humanas en diversas direcciones. Se trata, por supuesto, de un tipo de representación que en nada busca “copiar” la realidad (los animales eran muy escasos en la edad del hielo), sino más bien de la simbolización pictórica de una relación mágica entre la imagen del objeto deseado y el deseo de poseerlo o, lo que es lo mismo, de hacerlo realidad tangible. En su camino evolutivo, el pictograma derivó en formas más complejas de expresión como el ideograma, el jeroglífico y, finalmente, la escritura fonográfica. Todas estas formas permitieron expandir y complejizar el contenido de los mensajes, pero conservaron siempre el carácter mágico original del ejercicio escritural que aúna imagen y deseo al extremo de que hoy todavía sentimos como “más real” aquello que está escrito. Sirvan estos breves escolios como introducción a los ejes que articulan significativamente los trabajos presentados en este quincuagésimo séptimo número de Revista ALPHA, que discurre entre los polos de la imagen, la representación y el deseo, este último eventualmente materializable mediante la escritura y la reescritura.
Publicado: 2024-01-09